cinema paradiso interpretado por Esteban Morgado cuarteto

miércoles, 4 de abril de 2012


Don Cali:
                  Don “Cali” Benítez recorría la región con su “montado” a tranco manso y sin sobresaltos. El alazán “chusco” le daba prestancia a su andar. De montura lujosa, las incrustaciones y los estribos de plata, junto con la tela aterciopelada de rojo o en púrpura, formaban los contrastes más llamativos, comparado con la mayoría de los caballos de los habitantes de la zona. Es que, “bien-vestir”, con detalles así, en su caballo de estirpe y su propia “estampa” de hombre prolijo y de excelencia, infundían respeto. Cada tanto, cuando veía a lo lejos una pequeña polvareda que parecía acercársele, él –talabartero de oficio- corregía su sombrero de ala ancha y palpaba en su cintura “el 38 largo” que había sido limpiado y lubricado con esmero.
         Al llegar a la casa y ser recibido por su familia, le “lustraban” a él, la sonrisa más amplia como para iluminar cualquier mañana de alegría. Primero una niña inquieta, de andar tan ligero como el viento, se aprisionaba a su cuello con la calidez de la hija pródiga y le dejaba ese sabor de lo afectivo y lo agreste, las dos cosas que más lo conmovían. Luego, una “chorrera” bulliciosa tanto de varones y niñas –hijos de su vida- se sumaba al festejo. Por último, el abrazo de su mujer quien auguraba los días felices por venir.

El sabor y el aroma de lo agreste en la brisa
te acostumbraron a calificar
como el “mejor catador del mundo”.
Siempre estas volviendo a todas partes.
Desde el horizonte venturoso
viajan las imágenes del “devenir”
-ese que va a concretarse-
por eso,  tu mirada de “visionario”,
repasa cada movimiento 
para no equivocarse.
El verde de contraste con el color de la tierra,
juega con tu forma de pintar la vida
y al golpear, los cascos de tu caballo,
marcan el ritmo de una canción
que conjuga tu nombre con la alegría.

          Colmado de abrazos y de caricias devuelve con regalos. La niña corre para conservar el secreto de su caja mágica recibida. Golosinas, el dulce de la felicidad.
          Don “Cali” Benítez ahora espera con paciencia. Espera que alguno de sus clientes retire los “arreos” pedidos con anticipación. Con mucha dedicación realizó lo solicitado y su compensación en dinero le hace falta. Doña Rita Almirón, su linda mujer de fuerte carácter, esta impaciente, cree que los clientes no cumplirán con lo prometido.
          De repente, a lo lejos, se ve entrar por la tranquera al cliente esperado. La niña atenta a quien entró, le da la bienvenida. Le ofrece algo para tomar. El cliente le da las gracias por la gentileza. La niña se aleja recordando la enseñanza de su padre.
-“La atención, m`hija, cuesta poco pero vale mucho”.
          La conversación entre ambos hombres se hace larga y parece muy agradable. Alguna que otra carcajada se escucha como para afirmarlo. Luego, el cliente se retira con los “arreos” no sin antes despedirse de la niña. Le resalta lo agradable que fue conocerla y le agradece, nuevamente, su hospitalidad.
        Doña Rita está ocupada en la chacra y Don “Cali” se acerca casi con sigilo, lleva un fajo de billetes en su mano que esconde detrás de la espalda, dice:
-Antes era don “Cali” ahora soy don Caaarlos. “Con la plata baila el mono” y “contra la suerte no hay china fuerte”.
        Le repasa el fajo de billetes en la cara y muy seria, doña Rita, pone una mirada de complacencia. Una sonrisa que resume lo cotidiano.

         Ahora la escena tiene como protagonista a un niño pequeño. Hijo de aquella niña hospitalaria ya convertida en mujer que adora a su padre. El niño desayuna con su abuela doña Rita Almirón.

          Del calor de la mañana  una especie de bruma se levanta de la laguna que está a escasos trescientos metros de allí. Las aves silvestres, algunas de gran porte, sobrevuelan la laguna. Los árboles se pueblan de pájaros hasta que sus ramas los abrazan con ternura. Durante el día o la noche es común ver animales salvajes que se arriman a la laguna para beber o se acercan a la casa para intentar comer algo. Un gallinero de proporciones importantes marca su presencia con el cacareo en coro de muchas de sus habitantes.  Los animales, como vacas y caballos, se refrescan a la orilla, preparándose para la jornada calurosa. De las mascotas más llamativas hay un carpincho suelto. Una huerta o pequeña chacra da muestras del trabajo campesino, esfuerzo y  orgullo de la abuela.
           El niño busca con la mirada a su abuelo don “Cali”. Es que apenas levantado, el abuelo, se escabulló por detrás de la casa para no ser visto. Se escondió para que no lo encuentre. El niño pequeño mientras desayuna apresurado se impacienta. La abuela Rita recibió la advertencia de que el niño no se acerque al taller del talabartero pues allí, hay demasiados mosquitos. Termina el desayuno y el niño, como una tromba, se despega de la mesa, buscando a su abuelo. No está en su habitación y el grito del niño. No está en su taller. Otro grito con angustia reclamando por su abuelo. El abuelo no soporta más, se lamenta por haberse escondido. El silbido de “Cali” Benítez alerta a su nieto para orientarlo y él, corre, tropieza, se levanta y corre nuevamente, con la desesperación de encontrar su tesoro lleno de caricias. Lo encuentra. Un abrazo de ambos es la única solución que los consuela.
        Ya por las tardes, cuando el sol deja de calentar esta tierra casi inhóspita, el talabartero prepara su caballo para hacer pasear a su nieto. El niño parece subido a un “edificio móvil” que su abuelo puede “comandar”. El rostro de sorpresa y alegría es de ambos.

         Otra vez el trote del caballo y sobre él, don “Cali” Benítez y ese monte ubicado atrás, hacia el sur, que lo mira como nostalgioso, alejarse. Otra vez, como muchísimas veces antes. El camino de pequeñas aventuras o tal vez, el cruce del río con la “chata” grande trayendo mercancía para vender, trocar o contrabandear. Otra vez, salir con la carreta cargada de productos de su taller para ofrecer en la zona o haciendo las entregas para cumplir con los pedidos de sus clientes. Es decir una rutina que la vida le entrega con el sabor del encanto de mirar paisajes y personas distintas. “Cali”, el hombre que acumula la sabiduría del viajero incansable y recoge de lo que lo rodea, la plenitud que alimenta su sonrisa.

          Desde hace un rato, la carreta se le vuelve pesada para seguir. Aún le falta mucho a Don “Cali” para llegar a sus pagos. El almacén-boliche de Don Aureliano puede ser una parada obligatoria a la hora de conversar, tomar un trago y pasar un rato de descanso. Siempre los saludos correspondientes a un hombre gentil pueden alimentar un trato recíproco. Con curiosidad de buen comerciante verifica algunos productos del almacén. Hay a primera vista, una montura lujosa. Esa misma que usa él, de incrustaciones y estribos de plata. Luce tal cual, con los cuidados que él le prodiga para conservarla reluciente. Sin mediar tanto apuro y con la sorpresa atragantada, aspiró profundo y habló pausado.
-Tengo curiosidad ¿cuanto pagó por esa montura?
Don Aureliano no contestó en forma inmediata. Se tomó el mismo tiempo de una pausa con reflexión incluida y contestó con certeza. Sin agregarle ni un centavo de más. “Cali” también, fue directo.
-Esa montura es mía. Se ve que en este tiempo de ausencia, alguno de los que estaban cerca de ella aprovechó para sacarla de mi casa, traerla y vendérsela. Si no le es tan incomodo ¿me podría decir quien se la trajo?
-Yo no tengo ningún problema Don “Cali”.-Dijo Aureliano y de inmediato agregó.
-Fue un tal Eleuterio Ríos, ¿lo conoce?
-Sí, hasta la última vez que lo vi, trabajaba conmigo. Pensar que lo crié yo. Bueno, Don Aureliano, le agradezco la información. Yo estaría dispuesto a pagarle lo que Usted gastó y de esta manera puedo recuperarla.
          Sin mediar ni siquiera un gesto de fastidio, Aureliano aceptó con mucho gusto.              
          Vuelta a su casa, saludos y abrazos, sin decir palabra alguna sobre lo acontecido,  guardó  la montura en su cuarto y siguió con su rutina. Eleuterio Ríos se atrevió a irse apenas había salido él con la carreta cargada.
         No pasaron tantos meses que un hombre de aspecto cansado y desprolijo abrió la tranquera y se fue acercando al taller del talabartero. Eleuterio Ríos llegaba después de una aventura de poca fortuna y de mucho desprestigio (esto último aún no lo sabia). Luego de los saludos de rigor y de tanta amabilidad en el trato, se acomodó para pedirle hablar de trabajo a Don “Cali”. Le comentó, también,  lo mal que le fue haber intentado algún otro “emprendimiento”. Benítez, escuchó, no titubeó y ni siquiera se apresuró.
–¿Necesitas trabajar? -preguntó “Cali” al fin.
-Sí -contestó Eleuterio.
-Bueno, yo te voy a dar trabajo. Justo llegaste en un momento oportuno “chamigo”. Vení que te voy a mostrar. ¿Ves?...Recuperé mi montura y pagué lo que vos recibiste. Ahora te voy a dar trabajo y no vas a cobrar tu sueldo hasta que saldes esa deuda conmigo. Tendrás casa y comida como siempre pero empezarás a cobrar sueldo cuando termines de pagar lo que me “debés”. ¿Está bien así?
Salió de Eleuterio Ríos un balbuceo que terminó siendo un “si” rotundo.
-Bueno, parece que así se arreglan las cosas -sentenció Don Benítez.

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