Don Cali:
Don “Cali” Benítez recorría la región con su
“montado” a tranco manso y sin sobresaltos. El alazán “chusco” le daba
prestancia a su andar. De montura lujosa, las incrustaciones y los estribos de
plata, junto con la tela aterciopelada de rojo o en púrpura, formaban los
contrastes más llamativos, comparado con la mayoría de los caballos de los
habitantes de la zona. Es que, “bien-vestir”, con detalles así, en su caballo
de estirpe y su propia “estampa” de hombre prolijo y de excelencia, infundían
respeto. Cada tanto, cuando veía a lo lejos una pequeña polvareda que parecía
acercársele, él –talabartero de oficio- corregía su sombrero de ala ancha y
palpaba en su cintura “el 38 largo” que había sido limpiado y lubricado con
esmero.
Al
llegar a la casa y ser recibido por su familia, le “lustraban” a él, la sonrisa
más amplia como para iluminar cualquier mañana de alegría. Primero una niña
inquieta, de andar tan ligero como el viento, se aprisionaba a su cuello con la
calidez de la hija pródiga y le dejaba ese sabor de lo afectivo y lo agreste,
las dos cosas que más lo conmovían. Luego, una “chorrera” bulliciosa tanto de
varones y niñas –hijos de su vida- se sumaba al festejo. Por último, el abrazo de
su mujer quien auguraba los días felices por venir.
te acostumbraron a calificar
como el “mejor catador del mundo”.
Siempre estas volviendo a todas partes.
Desde el horizonte venturoso
viajan las imágenes del “devenir”
-ese que va a concretarse-
por eso, tu
mirada de “visionario”,
repasa cada movimiento
para no equivocarse.
El verde de contraste con el color de la tierra,
juega con tu forma de pintar la vida
y al golpear, los cascos de tu caballo,
marcan el ritmo de una canción
que conjuga tu nombre con la alegría.
Colmado de abrazos y de caricias devuelve con regalos. La niña corre
para conservar el secreto de su caja mágica recibida. Golosinas, el dulce de la
felicidad.
Don
“Cali” Benítez ahora espera con paciencia. Espera que alguno de sus clientes
retire los “arreos” pedidos con anticipación. Con mucha dedicación realizó lo
solicitado y su compensación en dinero le hace falta. Doña Rita Almirón, su
linda mujer de fuerte carácter, esta impaciente, cree que los clientes no
cumplirán con lo prometido.
De
repente, a lo lejos, se ve entrar por la tranquera al cliente esperado. La niña
atenta a quien entró, le da la bienvenida. Le ofrece algo para tomar. El
cliente le da las gracias por la gentileza. La niña se aleja recordando la
enseñanza de su padre.
-“La atención, m`hija, cuesta poco pero vale mucho”.
La
conversación entre ambos hombres se hace larga y parece muy agradable. Alguna
que otra carcajada se escucha como para afirmarlo. Luego, el cliente se retira
con los “arreos” no sin antes despedirse de la niña. Le resalta lo agradable
que fue conocerla y le agradece, nuevamente, su hospitalidad.
Doña
Rita está ocupada en la chacra y Don “Cali” se acerca casi con sigilo, lleva un
fajo de billetes en su mano que esconde detrás de la espalda, dice:
-Antes era don “Cali” ahora soy don Caaarlos. “Con la
plata baila el mono” y “contra la suerte no hay china fuerte”.
Le
repasa el fajo de billetes en la cara y muy seria, doña Rita, pone una mirada
de complacencia. Una sonrisa que resume lo cotidiano.
Ahora
la escena tiene como protagonista a un niño pequeño. Hijo de aquella niña
hospitalaria ya convertida en mujer que adora a su padre. El niño desayuna con
su abuela doña Rita Almirón.
Del
calor de la mañana una especie de bruma
se levanta de la laguna que está a escasos trescientos metros de allí. Las aves
silvestres, algunas de gran porte, sobrevuelan la laguna. Los árboles se pueblan
de pájaros hasta que sus ramas los abrazan con ternura. Durante el día o la
noche es común ver animales salvajes que se arriman a la laguna para beber o se
acercan a la casa para intentar comer algo. Un gallinero de proporciones
importantes marca su presencia con el cacareo en coro de muchas de sus
habitantes. Los animales, como vacas y
caballos, se refrescan a la orilla, preparándose para la jornada calurosa. De
las mascotas más llamativas hay un carpincho suelto. Una huerta o pequeña
chacra da muestras del trabajo campesino, esfuerzo y orgullo de la abuela.
El
niño busca con la mirada a su abuelo don “Cali”. Es que apenas levantado, el
abuelo, se escabulló por detrás de la casa para no ser visto. Se escondió para
que no lo encuentre. El niño pequeño mientras desayuna apresurado se
impacienta. La abuela Rita recibió la advertencia de que el niño no se acerque
al taller del talabartero pues allí, hay demasiados mosquitos. Termina el
desayuno y el niño, como una tromba, se despega de la mesa, buscando a su
abuelo. No está en su habitación y el grito del niño. No está en su taller.
Otro grito con angustia reclamando por su abuelo. El abuelo no soporta más, se
lamenta por haberse escondido. El silbido de “Cali” Benítez alerta a su nieto
para orientarlo y él, corre, tropieza, se levanta y corre nuevamente, con la
desesperación de encontrar su tesoro lleno de caricias. Lo encuentra. Un abrazo
de ambos es la única solución que los consuela.
Ya por
las tardes, cuando el sol deja de calentar esta tierra casi inhóspita, el
talabartero prepara su caballo para hacer pasear a su nieto. El niño parece
subido a un “edificio móvil” que su abuelo puede “comandar”. El rostro de
sorpresa y alegría es de ambos.
Otra
vez el trote del caballo y sobre él, don “Cali” Benítez y ese monte ubicado
atrás, hacia el sur, que lo mira como nostalgioso, alejarse. Otra vez, como
muchísimas veces antes. El camino de pequeñas aventuras o tal vez, el cruce del
río con la “chata” grande trayendo mercancía para vender, trocar o
contrabandear. Otra vez, salir con la carreta cargada de productos de su taller
para ofrecer en la zona o haciendo las entregas para cumplir con los pedidos de
sus clientes. Es decir una rutina que la vida le entrega con el sabor del
encanto de mirar paisajes y personas distintas. “Cali”, el hombre que acumula
la sabiduría del viajero incansable y recoge de lo que lo rodea, la plenitud
que alimenta su sonrisa.
Desde
hace un rato, la carreta se le vuelve pesada para seguir. Aún le falta mucho a
Don “Cali” para llegar a sus pagos. El almacén-boliche de Don Aureliano puede
ser una parada obligatoria a la hora de conversar, tomar un trago y pasar un
rato de descanso. Siempre los saludos correspondientes a un hombre gentil
pueden alimentar un trato recíproco. Con curiosidad de buen comerciante
verifica algunos productos del almacén. Hay a primera vista, una montura
lujosa. Esa misma que usa él, de incrustaciones y estribos de plata. Luce tal
cual, con los cuidados que él le prodiga para conservarla reluciente. Sin
mediar tanto apuro y con la sorpresa atragantada, aspiró profundo y habló
pausado.
-Tengo curiosidad ¿cuanto pagó por esa montura?
Don Aureliano no contestó en forma inmediata. Se tomó
el mismo tiempo de una pausa con reflexión incluida y contestó con certeza. Sin
agregarle ni un centavo de más. “Cali” también, fue directo.
-Esa montura es mía. Se ve que en este tiempo de
ausencia, alguno de los que estaban cerca de ella aprovechó para sacarla de mi
casa, traerla y vendérsela. Si no le es tan incomodo ¿me podría decir quien se
la trajo?
-Yo no tengo ningún problema Don “Cali”.-Dijo
Aureliano y de inmediato agregó.
-Fue un tal Eleuterio Ríos, ¿lo conoce?
-Sí, hasta la última vez que lo vi, trabajaba conmigo.
Pensar que lo crié yo. Bueno, Don Aureliano, le agradezco la información. Yo
estaría dispuesto a pagarle lo que Usted gastó y de esta manera puedo
recuperarla.
Sin
mediar ni siquiera un gesto de fastidio, Aureliano aceptó con mucho gusto.
Vuelta
a su casa, saludos y abrazos, sin decir palabra alguna sobre lo
acontecido, guardó la montura en su cuarto y siguió con su
rutina. Eleuterio Ríos se atrevió a irse apenas había salido él con la carreta
cargada.
No
pasaron tantos meses que un hombre de aspecto cansado y desprolijo abrió la
tranquera y se fue acercando al taller del talabartero. Eleuterio Ríos llegaba
después de una aventura de poca fortuna y de mucho desprestigio (esto último
aún no lo sabia). Luego de los saludos de rigor y de tanta amabilidad en el
trato, se acomodó para pedirle hablar de trabajo a Don “Cali”. Le comentó,
también, lo mal que le fue haber
intentado algún otro “emprendimiento”. Benítez, escuchó, no titubeó y ni
siquiera se apresuró.
–¿Necesitas trabajar? -preguntó “Cali” al fin.
-Sí -contestó Eleuterio.
-Bueno, yo te voy a dar trabajo. Justo llegaste en un
momento oportuno “chamigo”. Vení que te voy a mostrar. ¿Ves?...Recuperé mi
montura y pagué lo que vos recibiste. Ahora te voy a dar trabajo y no vas a cobrar
tu sueldo hasta que saldes esa deuda conmigo. Tendrás casa y comida como
siempre pero empezarás a cobrar sueldo cuando termines de pagar lo que me
“debés”. ¿Está bien así?
Salió de Eleuterio Ríos un balbuceo que terminó siendo
un “si” rotundo.
-Bueno, parece que así se arreglan las cosas
-sentenció Don Benítez.
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