El
paciente llenó ese día, invitando a su familia a un almuerzo en un
restaurante de la costa y “acopló” otros bienestares. Esto último, significaba
caminar por la vereda que da a la orilla del río. De la otra orilla, la
vegetación original y abundante conjugaba con los días esplendorosos que nos
entrega el otoño.
Juegan,
para regocijo de los ojos, todos los colores. No hay pocos verdes aún, ni
amarillos de árboles nativos en franco proceso otoñal ni los rojos de algunos
abetos plantados por el hombre. El cielo celeste y el río, completan el
escenario para un día donde el milagro de la vida se manifiesta en plenitud.
Pequeña foto de un paisaje para no ser olvidado.
Luego,
su internación inminente no dejaba mucho resquicio. Solo despedidas con abrazos
cálidos y una sonrisa triste. Un rondar constante en su pensamiento sobre la
cirugía daba cuenta de lo trascendente que iba a ser la jornada que venía. Más
tarde, conoció a los cirujanos que se presentaron, el primero, con una sonrisa
amplia y una total confianza, el otro, mucho más serio pero no menos confiado.
A
dormir.
Despertó
tranquilo y su mirada delataba total entrega hacia los que iban a tener su
corazón entre manos. A la hora designada, se acercó el camillero que lo dejó en
el quirófano con la “anestesióloga”. Se cumplió el ritual de buscar donde
perforar el cuerpo para regarla del liquido que lo haría dormir.
“Se
fue la luz de adentro mío”…después…
Una
sala iluminada artificialmente me contenía en su espacio. Sentí que algunos
tubos colgaban de mi cuerpo y algo
atragantaba toda mi boca. Una nube mullida,
en primera instancia, parecía acomodarse detrás de mi cuello. De a poco
-transcurrido un tiempo mínimo- supe de mi cuerpo mutilado. Lo sentí
dolido…cortado.
-¿Como salir
de esto?
Acercarse
al dolor, sospecho, debe ser acercarse hasta la muerte. ¿O solo es confirmar
que estás vivo? Sin poder moverme y presionado por todos lados, incluso del
lado de la angustia, supuse, es estar más cerca que nunca de“ella”. Escuche
decir que las próximas -…“cuarenta y ocho horas son cruciales”.
-Usted no
debe sentir dolor. Si lo tiene, todos aquí, tenemos la obligación de intentar
atenuarlo. Así que no dude en pedirnos ayuda -dijo la psicóloga antes de entrar
a la “internación”.
Cada
vez que se arrimaba alguno me preguntaba: ¿estas bien? ¿Te duele?
-Si, me
duele…
Con
un hilito de voz que no se escuchó nunca, parece. Se aproximó el enfermero de
la noche. Se presentó. Con el último aliento le dije –me duele…no doy más. Yo
se que me escuchó. Esperaba respuesta. No la hubo. Junté más fuerzas.
-Estoy muy
dolorido.
-¿otra vez?
si ya te puse.
-¿Cómo hacer
para salir de esto? …ahí esta la cosa. No tener posibilidad de reacción.
Un enfermero que no sabia cual era la
“máxima”. Una sala de terapia intensiva con un viejo enfermo que “estaba del
tomate”, porque cada vez que podía, intentaba sacarse todos los tubos que tenia
encima.
Incluso, la “sonda” de la vejiga que entra
por la uretra. Esto último era bien doloroso, ya que la “sonda” está firme y
solo estirarla produce una sensación de dolor horrible. Se escucha el plagueo
de los enfermeros para que deje de tocarse o de sacarse los “tubos” en todo
momento.
Una
“urgencia” entra con una persona en estado de “shock”. Tuvo un infarto y aún
tiene latido. Es una mujer de edad avanzada. Cuando entra, el camillero
haciendo rodar la camilla, golpea varias veces la cama en la que estoy yo.
Justo que procuraba no moverme y ni siquiera pestañear ya que me parecía lo
mejor para no tener que soportar tantos dolores. Un revuelo de diez personas
como mínimo alrededor del paciente infartado. Todos procuran decir algo. Se
escucha una vos femenina dar la siguiente orden: “le vamos a aplicar adrenalina
en un 62…preparála”. Cada uno tiene algo para decir pero esa vida se agota. A
medida que pasan los minutos se empieza a notar silencios más prolongados. La”bomba
manual o mecánica” que ”insufla” oxigeno es lo que más se escucha. Más tarde,
por como se “diluye” el “revuelo”, me
entero que la mujer que entró en “la urgencia” murió.
Poco
espacio. Cuando van a sacarla -previa preparación del cadáver acomodándolo en
una bolsa negra- otra vez chocan contra mi cama.
Llega
un gordito que se identifica como un Kinesiólogo. Se ve que tengo una cara
tensa. El tipo agrega: “estás muy contracturado flaco, así no vas a llegar a
ningún lado”. En mi espalda está concentrado parte de este dolor inmenso que me
comprime hasta la voz. Me levanta con todo el “tuberio” de los drenajes, sondas
y demás y parece que mi quejido alarma a unos cuantos. Con golpes precisos y
repetitivos en la espalda y como si fuera que dependiera de mí para sentir
menos dolor, me exige que me relaje. Pasaron quince minutos, el gordito se va,
dejando un mínimo de mejoría. ¿Cómo sigue esto? El infierno no debe ser mucho
peor que esto. Hasta ese “fantasma” que
rozó mi nariz salió de allí. Entonces,
no voy a poder cerrar los ojos tampoco. Porque siento que me voy y no puedo
volver.
Pocos
minutos pasados y un pinchazo en el dedo de parte del enfermero de turno, que a
partir de allí no termina nunca. El pinchazo cada media hora, para ver el
contenido de glucemia en sangre. Creo que esto no se lo deseo ni a mi peor
enemigo.
Dicen
que los que salen de aquí, después, tienen una sintonía tan fina como para
cultivarse de emociones. Para respetar la vida anteponiendo una sonrisa. Para reconsiderar
la alegría. Para defenderla con el privilegio que tiene. También, dicen que por
más cerca que este la muerte, posiblemente, no solo sean esas ansias de
sobrevivir las que nos haga más fuerte para superarla sino el temor a que
sufran aquellos que “tanto querés con toda tu alma”.
Antes… desde
la casa de Hugo:
Quizás,
decidirse a pintar una postal que nos contenga como protagonistas incluya
siempre utilizar los colores de la gratitud… ahí estábamos, intentando crear un
clima donde el aporte de cada uno podía, al menos, sentirse agradable… Alguna
vez escuche decir, que si estas reuniones se repiten con tantos años pasados es
porque hay una especie de “culto respetuoso a la amistad”… jajaja… No es muy
original lo dicho… pero para mi es un privilegio que tenga esta posibilidad de
compartir con Ustedes.
También,
hay veces, que querer reconstruir la adolescencia es como si fuera que la
nostalgia cumple como un ejercicio irrenunciable. Que no se puede rechazar…
sospecho que como antes en esa foto del Raggio, aquí, en esta postal, están
nuestros rostros con la mirada cargada de inocencia aún. ¿Será que cada uno con
lo poco o mucho de candor que le queda, alimenta a ese hombre que todavía
sueña?… No es poco eso.
Pido disculpas por hacerme el difícil para decir lo
mismo que Ustedes… jeje
Después… de
la carnicería:
Parece
que un corazón renovado puede cargarse de sentimientos muy fuertes sin que se
ahogue. Lo estoy probando. Es que acercarse mucho al dolor puede que también,
vaya templando el material con que está hecho. No se si es justo o injusto…es
la vida. No reniego de nada. Siento que, cuando estoy como profundamente
lastimado, una sonrisa amiga agrega un suspiro de alivio. Otra vez, (jaja) no
descubrí nada nuevo. Ustedes son un suspiro de gran alivio.
Quizá,
la vida me premia con estas cosas, entre tanto que acontece y pasa tan rápido.
Me deja el sabor eterno del agradecimiento.
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