cinema paradiso interpretado por Esteban Morgado cuarteto

sábado, 14 de abril de 2012

        El paciente llenó ese día, invitando a su familia a un almuerzo en un restaurante de la costa y “acopló” otros bienestares. Esto último, significaba caminar por la vereda que da a la orilla del río. De la otra orilla, la vegetación original y abundante conjugaba con los días esplendorosos que nos entrega el otoño.
         Juegan, para regocijo de los ojos, todos los colores. No hay pocos verdes aún, ni amarillos de árboles nativos en franco proceso otoñal ni los rojos de algunos abetos plantados por el hombre. El cielo celeste y el río, completan el escenario para un día donde el milagro de la vida se manifiesta en plenitud. Pequeña foto de un paisaje para no ser olvidado.
         Luego, su internación inminente no dejaba mucho resquicio. Solo despedidas con abrazos cálidos y una sonrisa triste. Un rondar constante en su pensamiento sobre la cirugía daba cuenta de lo trascendente que iba a ser la jornada que venía. Más tarde, conoció a los cirujanos que se presentaron, el primero, con una sonrisa amplia y una total confianza, el otro, mucho más serio pero no menos confiado.
         A dormir.
         Despertó tranquilo y su mirada delataba total entrega hacia los que iban a tener su corazón entre manos. A la hora designada, se acercó el camillero que lo dejó en el quirófano con la “anestesióloga”. Se cumplió el ritual de buscar donde perforar el cuerpo para regarla del liquido que lo haría dormir.

          “Se fue la luz de adentro mío”…después…

         Una sala iluminada artificialmente me contenía en su espacio. Sentí que algunos tubos colgaban de mi cuerpo  y algo atragantaba toda  mi boca. Una nube mullida, en primera instancia, parecía acomodarse detrás de mi cuello. De a poco -transcurrido un tiempo mínimo- supe de mi cuerpo mutilado. Lo sentí dolido…cortado.
-¿Como salir de esto?
        Acercarse al dolor, sospecho, debe ser acercarse hasta la muerte. ¿O solo es confirmar que estás vivo? Sin poder moverme y presionado por todos lados, incluso del lado de la angustia, supuse, es estar más cerca que nunca de“ella”. Escuche decir que las próximas -…“cuarenta y ocho horas son cruciales”.
-Usted no debe sentir dolor. Si lo tiene, todos aquí, tenemos la obligación de intentar atenuarlo. Así que no dude en pedirnos ayuda -dijo la psicóloga antes de entrar a la “internación”.
        Cada vez que se arrimaba alguno me preguntaba: ¿estas bien? ¿Te duele?
-Si, me duele…                                                   
        Con un hilito de voz que no se escuchó nunca, parece. Se aproximó el enfermero de la noche. Se presentó. Con el último aliento le dije –me duele…no doy más. Yo se que me escuchó. Esperaba respuesta. No la hubo. Junté más fuerzas.
-Estoy muy dolorido.
-¿otra vez? si ya te puse.
-¿Cómo hacer para salir de esto? …ahí esta la cosa. No tener posibilidad de reacción.
        Un enfermero que no sabia cual era la “máxima”. Una sala de terapia intensiva con un viejo enfermo que “estaba del tomate”, porque cada vez que podía, intentaba sacarse todos los tubos que tenia encima.
        Incluso, la “sonda” de la vejiga que entra por la uretra. Esto último era bien doloroso, ya que la “sonda” está firme y solo estirarla produce una sensación de dolor horrible. Se escucha el plagueo de los enfermeros para que deje de tocarse o de sacarse los “tubos” en todo momento.
        Una “urgencia” entra con una persona en estado de “shock”. Tuvo un infarto y aún tiene latido. Es una mujer de edad avanzada. Cuando entra, el camillero haciendo rodar la camilla, golpea varias veces la cama en la que estoy yo. Justo que procuraba no moverme y ni siquiera pestañear ya que me parecía lo mejor para no tener que soportar tantos dolores. Un revuelo de diez personas como mínimo alrededor del paciente infartado. Todos procuran decir algo. Se escucha una vos femenina dar la siguiente orden: “le vamos a aplicar adrenalina en un 62…preparála”. Cada uno tiene algo para decir pero esa vida se agota. A medida que pasan los minutos se empieza a notar silencios más prolongados. La”bomba manual o mecánica” que ”insufla” oxigeno es lo que más se escucha. Más tarde, por como se “diluye” el  “revuelo”, me entero que la mujer que entró en “la urgencia” murió.
         Poco espacio. Cuando van a sacarla -previa preparación del cadáver acomodándolo en una bolsa negra- otra vez chocan contra mi cama.
         Llega un gordito que se identifica como un Kinesiólogo. Se ve que tengo una cara tensa. El tipo agrega: “estás muy contracturado flaco, así no vas a llegar a ningún lado”. En mi espalda está concentrado parte de este dolor inmenso que me comprime hasta la voz. Me levanta con todo el “tuberio” de los drenajes, sondas y demás y parece que mi quejido alarma a unos cuantos. Con golpes precisos y repetitivos en la espalda y como si fuera que dependiera de mí para sentir menos dolor, me exige que me relaje. Pasaron quince minutos, el gordito se va, dejando un mínimo de mejoría. ¿Cómo sigue esto? El infierno no debe ser mucho peor que esto.  Hasta ese “fantasma” que rozó mi nariz salió de allí.  Entonces, no voy a poder cerrar los ojos tampoco. Porque siento que me voy y no puedo volver.
        Pocos minutos pasados y un pinchazo en el dedo de parte del enfermero de turno, que a partir de allí no termina nunca. El pinchazo cada media hora, para ver el contenido de glucemia en sangre. Creo que esto no se lo deseo ni a mi peor enemigo.

         Dicen que los que salen de aquí, después, tienen una sintonía tan fina como para cultivarse de emociones. Para respetar la vida anteponiendo una sonrisa. Para reconsiderar la alegría. Para defenderla con el privilegio que tiene. También, dicen que por más cerca que este la muerte, posiblemente, no solo sean esas ansias de sobrevivir las que nos haga más fuerte para superarla sino el temor a que sufran aquellos que “tanto querés con toda tu alma”. 





Antes… desde la casa de Hugo:
                                                    Quizás, decidirse a pintar una postal que nos contenga como protagonistas incluya siempre utilizar los colores de la gratitud… ahí estábamos, intentando crear un clima donde el aporte de cada uno podía, al menos, sentirse agradable… Alguna vez escuche decir, que si estas reuniones se repiten con tantos años pasados es porque hay una especie de “culto respetuoso a la amistad”… jajaja… No es muy original lo dicho… pero para mi es un privilegio que tenga esta posibilidad de compartir con Ustedes.
        También, hay veces, que querer reconstruir la adolescencia es como si fuera que la nostalgia cumple como un ejercicio irrenunciable. Que no se puede rechazar… sospecho que como antes en esa foto del Raggio, aquí, en esta postal, están nuestros rostros con la mirada cargada de inocencia aún. ¿Será que cada uno con lo poco o mucho de candor que le queda, alimenta a ese hombre que todavía sueña?… No es poco eso.
Pido disculpas por hacerme el difícil para decir lo mismo que Ustedes… jeje

Después… de la carnicería:
          Parece que un corazón renovado puede cargarse de sentimientos muy fuertes sin que se ahogue. Lo estoy probando. Es que acercarse mucho al dolor puede que también, vaya templando el material con que está hecho. No se si es justo o injusto…es la vida. No reniego de nada. Siento que, cuando estoy como profundamente lastimado, una sonrisa amiga agrega un suspiro de alivio. Otra vez, (jaja) no descubrí nada nuevo. Ustedes son un suspiro de gran alivio.
         Quizá, la vida me premia con estas cosas, entre tanto que acontece y pasa tan rápido. Me deja el sabor eterno del agradecimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario