cinema paradiso interpretado por Esteban Morgado cuarteto

sábado, 28 de abril de 2012


La idea abrumadora de pertenecer a la raza de los…*“hormighombres”. (*de “El libro de Manuel” de Julio Cortazar)
                      Don Julio nos hablaba así, desde algún lugar privilegiado de su propio pensamiento. Es que sospechaba –imagino- al ver “la marea humana”  moverse en la ciudad ¿son como si fueran “hormigas”? ¿Tal vez, le daría esa impresión porque la “marea” obedece leyes de convivencia semejante al de las “hormigas”? Festejarle el sustantivo no es solo para el halago:
                      Cuando la mirada se extienda hacia los innumerables gestos que inundan el venturoso paisaje de lo urbano, allí, la ansiedad remarcará su presencia.
                      Cuando esa voz que parece multiplicarse hasta el hartazgo, satura el ambiente y “repiquetea” en nuestro interior, es que se aproxima la angustia.                                                             
                     Cuando, hasta el tiempo de la “magia” se dimensiona en centésimas y rigen los lapsos que se suman como “cuota” de asombro, llegamos al país de los “hormighombres”.
                       -Una “hormiga” es la que desprende de si, su andar por la vida como algo natural y solo se viste con su actitud, la de cumplir… “con lo que es su deber para con la comunidad”.
                       -¿Cuántas “cuotas” de asombro pretenden? Medido en centésimas ¿Hasta que cantidad de ellas acumularán como tiempo de “magia”?
                       -¡¡¡¡“Hormigombres” March!!!! Un, dos, tres…izquierda, derecha, izquierda… ¡¡¡allí… dejen su aporte obligatorio y mantengan firme su fidelidad al orden establecido!!!
                       -Desde la base de sus pensamientos renieguen de intentar una conducta distinta de lo que se les pide pues solo les traerá quebrantos sin consuelo y remordimientos.
                        -“Hormigas” ¡¡vamos!! . No quiero“sorpresas desagradables”. ¡Por favor! En todo este tiempo ni Steven Spielberg descubrió nada. Solo hizo una película de dibujitos o de muñequitos. (jaja).
                        -Desde el país de los “hormighombres” los saluda atentamente, vuestro presidente. Cuídense de los “corazones delatores”. Ellos, habitualmente,  se asocian a los * “contadores de historias”.
                         Cuando el “corazón delator” navega entre los cuerpos multiplicados, quien identifique ese “batir” tan fuerte, tendrá la satisfacción de compartir alguna emoción.
                         Cuando los “contadores de historias” se sobrepongan al naufragio en el océano cuasi infinito de sus propias palabras, regresaran hacia nosotros para enseñarnos a batallar contra la muerte.

(*De “El Ángel gris” de Alejandro Dolina).
 
                                                                                   Un cuerpo aletargado…
                                               …invadido por el tibio sol y por el suspiro de presenciar el paisaje encantador. Medir la sensación de libertad hasta donde llega la mirada en el horizonte y como esa mirada se vuelve ambiciosa y voraz, empieza a viajar a la velocidad del viento para atragantarse de lo que le trae la “naturaleza furtiva”.
         Acá no está la frontera ni aún el límite de nada. Está la sonrisa fresca que nace en el interior para traducirse en algo que contagia. Está la armonía de la belleza que trasluce y desprende el asombro. Está  la conciencia de la materia viva por seguir esa conmoción hacia lo verdadero y sustancioso. Está el rodearse de los aromas parar pertenecer a ellos…

La ciudad se muestra como invadida por la noche.
Es que infatigables, mis ojos, te buscan en la luz.
Tengo la esperanza de encontrarte aún entre las sombras.
Ese, tu fulgor resplandeciente -que siempre te acompaña-
mucho me puede ayudar.
¿Quién recibe tu perfume y sin reservas, descarga tanta euforia?                
Para que tu rostro se vuelva inalcanzable ¿juegan conmigo las
luces y las sombras?
El desfile de curiosos personajes enriquece a cada instante
el humor de tanta gente.
Con el paso ligero dejo volar esta mirada pedigüeña.       
¿Donde estás? ¿Donde están?
¿En el mismo lugar donde nace la ternura?
Una avalancha de ruidos aturde todo sentimiento.
Salpica a cada escupitajo, la basura de la urbanidad.
Desde la misma noche asoma la filosa sospecha de una  traición.
El “maquillaje” del frente de un edificio no le deja lugar a la dignidad.
Se escabulle por la alcantarilla, risueña, la rata que se robó  la belleza.
Mis pies, llevan con increíble precisión, un ritmo que no
titubea en los charcos de la calle.
¿Entonces, existe el lugar donde nace  la ternura?
Sea la luna llena convertida en un tentador alfajor de leche.
O su luz que se puede apagar a la vuelta de la esquina.
Sea que la bruma crece para opacar tu resplandor.
O tu luz que hasta el final de la calle ilumina.



“El animal social y de costumbres”. Ese que sabe de su muerte y la angustia lo sigue todo el tiempo, toda la vida. Sí, el mismo, que por su afán de trascendencia es capaz de transformar casi todo. El que necesita alimentar su ego para regocijo propio y de su especie. El que está plagado de contradicciones ¿quien más destruye por el odio o la ignorancia aunque, todavía, quiera reivindicar muy poco con el amor? El que dice que *“la naturaleza imita al arte”. Es la razón lo que cree, que lo hace superior. Un “equilibrista” de cierta osadía –de poca “monta”- ni siquiera el mejor. Allí, en ese punto donde está la diferencia con los otros seres vivos es cuando ahoga su corazón de sentimientos intensos. Caros sentimientos, lugar pleno de la humanidad. Obedezco a mi especie solo cuando…me emociono…
*Oscar Wilde.


 Primero recurro a Don Porchia (Antonio)…
                 “Y ahora un instante y luego, lo eterno. Porque el instante es tiempo y lo eterno no es tiempo. Lo eterno es el recuerdo del instante”

Luego voy directo a mi ocurrencia:

               Tengo la sospecha, las bien fundadas sospechas sobre Ustedes y sus intenciones. Sí…  ahí, cuando veo esas fotos que me muestran y los mantiene  risueños.
                 Se que son personas “jodidas”… ya se los dije. No encuentro otra palabra… Sonríen como para confirmar cierta complicidad… yo, desconfío… Alguna cosa están pergeñando… es mi parecer… ya no son “los gimnastas de la nostalgia” que “reconstruyen la adolescencia”. Tampoco, son el grupo de personas que tienen en común una pequeña parte de sus vidas compartidas. Hay algo más, que no alcanzo a descifrar, totalmente.
                  Es que, sin saberlo, tal vez, Ustedes no se den cuenta. Hay un instante en que “toma” mucha “consistencia” lo que digo. No porque los ojos con que los observo puedan mirar más ampliamente o más profundo que los de Ustedes…
                   Nooo… no se como explicarlo…pero lo que intentan, por siempre, es ser lo que son… Cada uno de nosotros es un conjunto de partes “traslúcidas” y otras bien “oscuras”… no seriamos… no estaríamos “edificados” sin una de esas partes…
                  Y yo veo que “viaja” o está “latente” en cada uno de Ustedes  cierta “extraña aureola” –creo que es la “traslúcida”…jaja- que, inmediata e incondicionalmente, se  acomoda en el otro… no solo en el de al lado sino en cada uno y así los convierte o los transforma…
                   Es decir, me convierte y me transforma a mi, también… por eso son “jodidas intenciones”… porque, no hay más remedio que “convivir” con “ciertos fulgores” de cada uno de Ustedes que se acomodó en mi y para siempre… como que por el “hecho” de haberme acercado o de haber compartido o aún en el abrazo del saludo, ya tengo, garantizado… en primera instancia, sentirlos como algo “caro”, de mucho valor y en alguna parte, en algún momento, me son Indispensables…Bueno… de eso trata la amistad decía no se quien… pero para mi… Ustedes son “jodidos”… bien “jodidos”… (Jajaja).

sábado, 14 de abril de 2012

        El paciente llenó ese día, invitando a su familia a un almuerzo en un restaurante de la costa y “acopló” otros bienestares. Esto último, significaba caminar por la vereda que da a la orilla del río. De la otra orilla, la vegetación original y abundante conjugaba con los días esplendorosos que nos entrega el otoño.
         Juegan, para regocijo de los ojos, todos los colores. No hay pocos verdes aún, ni amarillos de árboles nativos en franco proceso otoñal ni los rojos de algunos abetos plantados por el hombre. El cielo celeste y el río, completan el escenario para un día donde el milagro de la vida se manifiesta en plenitud. Pequeña foto de un paisaje para no ser olvidado.
         Luego, su internación inminente no dejaba mucho resquicio. Solo despedidas con abrazos cálidos y una sonrisa triste. Un rondar constante en su pensamiento sobre la cirugía daba cuenta de lo trascendente que iba a ser la jornada que venía. Más tarde, conoció a los cirujanos que se presentaron, el primero, con una sonrisa amplia y una total confianza, el otro, mucho más serio pero no menos confiado.
         A dormir.
         Despertó tranquilo y su mirada delataba total entrega hacia los que iban a tener su corazón entre manos. A la hora designada, se acercó el camillero que lo dejó en el quirófano con la “anestesióloga”. Se cumplió el ritual de buscar donde perforar el cuerpo para regarla del liquido que lo haría dormir.

          “Se fue la luz de adentro mío”…después…

         Una sala iluminada artificialmente me contenía en su espacio. Sentí que algunos tubos colgaban de mi cuerpo  y algo atragantaba toda  mi boca. Una nube mullida, en primera instancia, parecía acomodarse detrás de mi cuello. De a poco -transcurrido un tiempo mínimo- supe de mi cuerpo mutilado. Lo sentí dolido…cortado.
-¿Como salir de esto?
        Acercarse al dolor, sospecho, debe ser acercarse hasta la muerte. ¿O solo es confirmar que estás vivo? Sin poder moverme y presionado por todos lados, incluso del lado de la angustia, supuse, es estar más cerca que nunca de“ella”. Escuche decir que las próximas -…“cuarenta y ocho horas son cruciales”.
-Usted no debe sentir dolor. Si lo tiene, todos aquí, tenemos la obligación de intentar atenuarlo. Así que no dude en pedirnos ayuda -dijo la psicóloga antes de entrar a la “internación”.
        Cada vez que se arrimaba alguno me preguntaba: ¿estas bien? ¿Te duele?
-Si, me duele…                                                   
        Con un hilito de voz que no se escuchó nunca, parece. Se aproximó el enfermero de la noche. Se presentó. Con el último aliento le dije –me duele…no doy más. Yo se que me escuchó. Esperaba respuesta. No la hubo. Junté más fuerzas.
-Estoy muy dolorido.
-¿otra vez? si ya te puse.
-¿Cómo hacer para salir de esto? …ahí esta la cosa. No tener posibilidad de reacción.
        Un enfermero que no sabia cual era la “máxima”. Una sala de terapia intensiva con un viejo enfermo que “estaba del tomate”, porque cada vez que podía, intentaba sacarse todos los tubos que tenia encima.
        Incluso, la “sonda” de la vejiga que entra por la uretra. Esto último era bien doloroso, ya que la “sonda” está firme y solo estirarla produce una sensación de dolor horrible. Se escucha el plagueo de los enfermeros para que deje de tocarse o de sacarse los “tubos” en todo momento.
        Una “urgencia” entra con una persona en estado de “shock”. Tuvo un infarto y aún tiene latido. Es una mujer de edad avanzada. Cuando entra, el camillero haciendo rodar la camilla, golpea varias veces la cama en la que estoy yo. Justo que procuraba no moverme y ni siquiera pestañear ya que me parecía lo mejor para no tener que soportar tantos dolores. Un revuelo de diez personas como mínimo alrededor del paciente infartado. Todos procuran decir algo. Se escucha una vos femenina dar la siguiente orden: “le vamos a aplicar adrenalina en un 62…preparála”. Cada uno tiene algo para decir pero esa vida se agota. A medida que pasan los minutos se empieza a notar silencios más prolongados. La”bomba manual o mecánica” que ”insufla” oxigeno es lo que más se escucha. Más tarde, por como se “diluye” el  “revuelo”, me entero que la mujer que entró en “la urgencia” murió.
         Poco espacio. Cuando van a sacarla -previa preparación del cadáver acomodándolo en una bolsa negra- otra vez chocan contra mi cama.
         Llega un gordito que se identifica como un Kinesiólogo. Se ve que tengo una cara tensa. El tipo agrega: “estás muy contracturado flaco, así no vas a llegar a ningún lado”. En mi espalda está concentrado parte de este dolor inmenso que me comprime hasta la voz. Me levanta con todo el “tuberio” de los drenajes, sondas y demás y parece que mi quejido alarma a unos cuantos. Con golpes precisos y repetitivos en la espalda y como si fuera que dependiera de mí para sentir menos dolor, me exige que me relaje. Pasaron quince minutos, el gordito se va, dejando un mínimo de mejoría. ¿Cómo sigue esto? El infierno no debe ser mucho peor que esto.  Hasta ese “fantasma” que rozó mi nariz salió de allí.  Entonces, no voy a poder cerrar los ojos tampoco. Porque siento que me voy y no puedo volver.
        Pocos minutos pasados y un pinchazo en el dedo de parte del enfermero de turno, que a partir de allí no termina nunca. El pinchazo cada media hora, para ver el contenido de glucemia en sangre. Creo que esto no se lo deseo ni a mi peor enemigo.

         Dicen que los que salen de aquí, después, tienen una sintonía tan fina como para cultivarse de emociones. Para respetar la vida anteponiendo una sonrisa. Para reconsiderar la alegría. Para defenderla con el privilegio que tiene. También, dicen que por más cerca que este la muerte, posiblemente, no solo sean esas ansias de sobrevivir las que nos haga más fuerte para superarla sino el temor a que sufran aquellos que “tanto querés con toda tu alma”. 





Antes… desde la casa de Hugo:
                                                    Quizás, decidirse a pintar una postal que nos contenga como protagonistas incluya siempre utilizar los colores de la gratitud… ahí estábamos, intentando crear un clima donde el aporte de cada uno podía, al menos, sentirse agradable… Alguna vez escuche decir, que si estas reuniones se repiten con tantos años pasados es porque hay una especie de “culto respetuoso a la amistad”… jajaja… No es muy original lo dicho… pero para mi es un privilegio que tenga esta posibilidad de compartir con Ustedes.
        También, hay veces, que querer reconstruir la adolescencia es como si fuera que la nostalgia cumple como un ejercicio irrenunciable. Que no se puede rechazar… sospecho que como antes en esa foto del Raggio, aquí, en esta postal, están nuestros rostros con la mirada cargada de inocencia aún. ¿Será que cada uno con lo poco o mucho de candor que le queda, alimenta a ese hombre que todavía sueña?… No es poco eso.
Pido disculpas por hacerme el difícil para decir lo mismo que Ustedes… jeje

Después… de la carnicería:
          Parece que un corazón renovado puede cargarse de sentimientos muy fuertes sin que se ahogue. Lo estoy probando. Es que acercarse mucho al dolor puede que también, vaya templando el material con que está hecho. No se si es justo o injusto…es la vida. No reniego de nada. Siento que, cuando estoy como profundamente lastimado, una sonrisa amiga agrega un suspiro de alivio. Otra vez, (jaja) no descubrí nada nuevo. Ustedes son un suspiro de gran alivio.
         Quizá, la vida me premia con estas cosas, entre tanto que acontece y pasa tan rápido. Me deja el sabor eterno del agradecimiento.

miércoles, 4 de abril de 2012


Don Cali:
                  Don “Cali” Benítez recorría la región con su “montado” a tranco manso y sin sobresaltos. El alazán “chusco” le daba prestancia a su andar. De montura lujosa, las incrustaciones y los estribos de plata, junto con la tela aterciopelada de rojo o en púrpura, formaban los contrastes más llamativos, comparado con la mayoría de los caballos de los habitantes de la zona. Es que, “bien-vestir”, con detalles así, en su caballo de estirpe y su propia “estampa” de hombre prolijo y de excelencia, infundían respeto. Cada tanto, cuando veía a lo lejos una pequeña polvareda que parecía acercársele, él –talabartero de oficio- corregía su sombrero de ala ancha y palpaba en su cintura “el 38 largo” que había sido limpiado y lubricado con esmero.
         Al llegar a la casa y ser recibido por su familia, le “lustraban” a él, la sonrisa más amplia como para iluminar cualquier mañana de alegría. Primero una niña inquieta, de andar tan ligero como el viento, se aprisionaba a su cuello con la calidez de la hija pródiga y le dejaba ese sabor de lo afectivo y lo agreste, las dos cosas que más lo conmovían. Luego, una “chorrera” bulliciosa tanto de varones y niñas –hijos de su vida- se sumaba al festejo. Por último, el abrazo de su mujer quien auguraba los días felices por venir.

El sabor y el aroma de lo agreste en la brisa
te acostumbraron a calificar
como el “mejor catador del mundo”.
Siempre estas volviendo a todas partes.
Desde el horizonte venturoso
viajan las imágenes del “devenir”
-ese que va a concretarse-
por eso,  tu mirada de “visionario”,
repasa cada movimiento 
para no equivocarse.
El verde de contraste con el color de la tierra,
juega con tu forma de pintar la vida
y al golpear, los cascos de tu caballo,
marcan el ritmo de una canción
que conjuga tu nombre con la alegría.

          Colmado de abrazos y de caricias devuelve con regalos. La niña corre para conservar el secreto de su caja mágica recibida. Golosinas, el dulce de la felicidad.
          Don “Cali” Benítez ahora espera con paciencia. Espera que alguno de sus clientes retire los “arreos” pedidos con anticipación. Con mucha dedicación realizó lo solicitado y su compensación en dinero le hace falta. Doña Rita Almirón, su linda mujer de fuerte carácter, esta impaciente, cree que los clientes no cumplirán con lo prometido.
          De repente, a lo lejos, se ve entrar por la tranquera al cliente esperado. La niña atenta a quien entró, le da la bienvenida. Le ofrece algo para tomar. El cliente le da las gracias por la gentileza. La niña se aleja recordando la enseñanza de su padre.
-“La atención, m`hija, cuesta poco pero vale mucho”.
          La conversación entre ambos hombres se hace larga y parece muy agradable. Alguna que otra carcajada se escucha como para afirmarlo. Luego, el cliente se retira con los “arreos” no sin antes despedirse de la niña. Le resalta lo agradable que fue conocerla y le agradece, nuevamente, su hospitalidad.
        Doña Rita está ocupada en la chacra y Don “Cali” se acerca casi con sigilo, lleva un fajo de billetes en su mano que esconde detrás de la espalda, dice:
-Antes era don “Cali” ahora soy don Caaarlos. “Con la plata baila el mono” y “contra la suerte no hay china fuerte”.
        Le repasa el fajo de billetes en la cara y muy seria, doña Rita, pone una mirada de complacencia. Una sonrisa que resume lo cotidiano.

         Ahora la escena tiene como protagonista a un niño pequeño. Hijo de aquella niña hospitalaria ya convertida en mujer que adora a su padre. El niño desayuna con su abuela doña Rita Almirón.

          Del calor de la mañana  una especie de bruma se levanta de la laguna que está a escasos trescientos metros de allí. Las aves silvestres, algunas de gran porte, sobrevuelan la laguna. Los árboles se pueblan de pájaros hasta que sus ramas los abrazan con ternura. Durante el día o la noche es común ver animales salvajes que se arriman a la laguna para beber o se acercan a la casa para intentar comer algo. Un gallinero de proporciones importantes marca su presencia con el cacareo en coro de muchas de sus habitantes.  Los animales, como vacas y caballos, se refrescan a la orilla, preparándose para la jornada calurosa. De las mascotas más llamativas hay un carpincho suelto. Una huerta o pequeña chacra da muestras del trabajo campesino, esfuerzo y  orgullo de la abuela.
           El niño busca con la mirada a su abuelo don “Cali”. Es que apenas levantado, el abuelo, se escabulló por detrás de la casa para no ser visto. Se escondió para que no lo encuentre. El niño pequeño mientras desayuna apresurado se impacienta. La abuela Rita recibió la advertencia de que el niño no se acerque al taller del talabartero pues allí, hay demasiados mosquitos. Termina el desayuno y el niño, como una tromba, se despega de la mesa, buscando a su abuelo. No está en su habitación y el grito del niño. No está en su taller. Otro grito con angustia reclamando por su abuelo. El abuelo no soporta más, se lamenta por haberse escondido. El silbido de “Cali” Benítez alerta a su nieto para orientarlo y él, corre, tropieza, se levanta y corre nuevamente, con la desesperación de encontrar su tesoro lleno de caricias. Lo encuentra. Un abrazo de ambos es la única solución que los consuela.
        Ya por las tardes, cuando el sol deja de calentar esta tierra casi inhóspita, el talabartero prepara su caballo para hacer pasear a su nieto. El niño parece subido a un “edificio móvil” que su abuelo puede “comandar”. El rostro de sorpresa y alegría es de ambos.

         Otra vez el trote del caballo y sobre él, don “Cali” Benítez y ese monte ubicado atrás, hacia el sur, que lo mira como nostalgioso, alejarse. Otra vez, como muchísimas veces antes. El camino de pequeñas aventuras o tal vez, el cruce del río con la “chata” grande trayendo mercancía para vender, trocar o contrabandear. Otra vez, salir con la carreta cargada de productos de su taller para ofrecer en la zona o haciendo las entregas para cumplir con los pedidos de sus clientes. Es decir una rutina que la vida le entrega con el sabor del encanto de mirar paisajes y personas distintas. “Cali”, el hombre que acumula la sabiduría del viajero incansable y recoge de lo que lo rodea, la plenitud que alimenta su sonrisa.

          Desde hace un rato, la carreta se le vuelve pesada para seguir. Aún le falta mucho a Don “Cali” para llegar a sus pagos. El almacén-boliche de Don Aureliano puede ser una parada obligatoria a la hora de conversar, tomar un trago y pasar un rato de descanso. Siempre los saludos correspondientes a un hombre gentil pueden alimentar un trato recíproco. Con curiosidad de buen comerciante verifica algunos productos del almacén. Hay a primera vista, una montura lujosa. Esa misma que usa él, de incrustaciones y estribos de plata. Luce tal cual, con los cuidados que él le prodiga para conservarla reluciente. Sin mediar tanto apuro y con la sorpresa atragantada, aspiró profundo y habló pausado.
-Tengo curiosidad ¿cuanto pagó por esa montura?
Don Aureliano no contestó en forma inmediata. Se tomó el mismo tiempo de una pausa con reflexión incluida y contestó con certeza. Sin agregarle ni un centavo de más. “Cali” también, fue directo.
-Esa montura es mía. Se ve que en este tiempo de ausencia, alguno de los que estaban cerca de ella aprovechó para sacarla de mi casa, traerla y vendérsela. Si no le es tan incomodo ¿me podría decir quien se la trajo?
-Yo no tengo ningún problema Don “Cali”.-Dijo Aureliano y de inmediato agregó.
-Fue un tal Eleuterio Ríos, ¿lo conoce?
-Sí, hasta la última vez que lo vi, trabajaba conmigo. Pensar que lo crié yo. Bueno, Don Aureliano, le agradezco la información. Yo estaría dispuesto a pagarle lo que Usted gastó y de esta manera puedo recuperarla.
          Sin mediar ni siquiera un gesto de fastidio, Aureliano aceptó con mucho gusto.              
          Vuelta a su casa, saludos y abrazos, sin decir palabra alguna sobre lo acontecido,  guardó  la montura en su cuarto y siguió con su rutina. Eleuterio Ríos se atrevió a irse apenas había salido él con la carreta cargada.
         No pasaron tantos meses que un hombre de aspecto cansado y desprolijo abrió la tranquera y se fue acercando al taller del talabartero. Eleuterio Ríos llegaba después de una aventura de poca fortuna y de mucho desprestigio (esto último aún no lo sabia). Luego de los saludos de rigor y de tanta amabilidad en el trato, se acomodó para pedirle hablar de trabajo a Don “Cali”. Le comentó, también,  lo mal que le fue haber intentado algún otro “emprendimiento”. Benítez, escuchó, no titubeó y ni siquiera se apresuró.
–¿Necesitas trabajar? -preguntó “Cali” al fin.
-Sí -contestó Eleuterio.
-Bueno, yo te voy a dar trabajo. Justo llegaste en un momento oportuno “chamigo”. Vení que te voy a mostrar. ¿Ves?...Recuperé mi montura y pagué lo que vos recibiste. Ahora te voy a dar trabajo y no vas a cobrar tu sueldo hasta que saldes esa deuda conmigo. Tendrás casa y comida como siempre pero empezarás a cobrar sueldo cuando termines de pagar lo que me “debés”. ¿Está bien así?
Salió de Eleuterio Ríos un balbuceo que terminó siendo un “si” rotundo.
-Bueno, parece que así se arreglan las cosas -sentenció Don Benítez.